En áreas como las laderas de las Sierras de Francia y Quilamas la vegetación
es determinante a la hora de interpretar el paisaje. Desde un punto de vista de
la vegetación potencial en un ecosistema siempre se tiende a una situación de
clímax, que depende de dos factores fundamentalmente: el clima y el
suelo.
La geología desde luego que establece el escenario de partida, con las formas
del relieve que son determinantes en el patrón paisajístico. Pero el ser humano
a lo largo de los siglos ha modificado la vegetación y la geología superficial
favoreciendo unas especies vegetales frente a otras, reduciendo la diversidad,
modificando escorrentías y pendientes, todo ello con una finalidad: sacar una
productividad del territorio.
El ser humano suele aprovechar la productividad vegetal de
tres formas: bosques, pastos o cultivos. Mientras que los cultivos se suelen
encontrar en las zonas llanas principalmente, los bosques y los pastos se suelen
hallar en zonas de montaña, aunque hay excepciones en ambos casos (bancales
cultivados en zonas de montaña y la dehesa en zonas llanas). Todos estos usos
se manifiestan en el paisaje. El hombre ha modificado y transformado paisajes
enteros.
El paisaje es la fotografía que revela las interacciones de
la naturaleza y la sociedad humana a lo largo de los siglos. Los cambios en el
paisaje a lo largo del tiempo se hacen muy visibles sobre todo en la
vegetación, con diferentes unidades homogéneas que a su vez poseen estructuras
propias dependiendo de los usos del suelo a los que el hombre le ha sometido. Y
es que en la histéresis del paisaje el tempo biológico y el tempo de las acciones
humanas son los que mayor influencia causan en la dinámica del paisaje, a una
escala incluso estacional. El otoño es ideal para mostrar dichos efectos.
Los usos tradicionales en un territorio de forma reiterada
han creado paisajes que son sostenibles con el medio, son un patrimonio a
conservar. En contraposición estarían los malos usos, causantes del impacto
visual.
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