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jueves, 19 de diciembre de 2013

Un suelo para la Dehesa

El desarrollo de las sociedades humanas en la antigüedad dependió de la disponibilidad de recursos naturales en su entorno. Es por ello que cualquier asentamiento humano siempre tuvo interés por localizarse cerca de ellos. La ubicación de las poblaciones humanas sedentarias no fue ni ha sido nunca el resultado de la mera casualidad, o una elección azarosa. Uno de los recursos, por no decir el primero a tener en cuenta en la localización de cualquier núcleo de población, junto con la disponibilidad de agua, es el recurso edáfico (El suelo).
Nuestros ancestros solían elegir bien donde asentarse, así buscaban tener cerca suelos que fueran aprovechables para la obtención de leña, o para la agricultura, o para la ganadería, o para localizar sus viviendas. Además los materiales de construcción, o la fabricación de algunas de sus industrias cerámicas estaban también condicionados a la litología y suelo del lugar. Uno de los aprovechamientos más completo y diverso es la formación de la Dehesa.



Proyectos museísticos e interpretativos de la Dehesa, diversas publicaciones, así como grupos de estudio y discusión han surgido recientemente, tratando aspectos importantes en relación a la estructura de la vegetación, sistemas de manejo, tratamientos culturales…Todo ello muestra el gran interés que estas formaciones están suscitando en  diferentes foros y ámbitos de la sociedad, que van desde órganos de la administración pasando por la comunidad científica hasta equipamientos para la educación ambiental.
Uno de los aspectos  más interesantes es la localización de las dehesas. ¿Por qué las dehesas están donde están? Las condiciones climáticas son fundamentales ya que las dehesas, cuya base florística depende de la vegetación climatófila, poseen su óptimo en las regiones bioclimáticas donde tengan lugar las series de vegetación potencial propias de especies del género Quercus.


 



Pero un factor fundamental en la localización es también el suelo. Las dehesas, como estructura creada por el ser humano, procuraba localizarse principalmente en zonas de calidades agrológicas bajas, en principio sólo aptas como pastizales o áreas forestales. No obstante, aunque no es lo común, también se favorecieron en zonas con alta calidad agrológica sobre todo donde las altas pendientes dificultaban el laboreo tradicional. Suelos como los Luvisoles crómicos sobre terrazas y litologías terciarias sirven de sustrato para algunas dehesas.

 

Luvisol crómico de una dehesa en regeneración

Las zonas de suelos productivos que se adehesaron poseen un alto riesgo de desaparición por la roturación abusiva desde la llegada de la maquinaria de alta tecnificación al campo, que ve a lo pies de encina como un estorbo en las tareas agrícolas.
Sobre litologías paleozoicas de pizarras y esquistos, se encuentra el suelo clasificado como Leptosol dístrico, en el que se sitúan con frecuencia los adehesados como uso de suelo predominante. También aquí hay riesgos para la dehesa, ya que en muchos lugares se han eliminado pies para la conversión en pastizales.

 

Leptosol dístrico en un pastizal


En los lugares donde los leptosoles dístricos pierden un aprovechamiento tradicional como dehesa o pastizal, son carne de cañón para vertederos ilegales ya que sus usos son muy limitados.
Con la industrialización y el boom urbanístico muchos suelos muy aptos para la dehesa están siendo ocupados por otras actividades sin valorar el alto potencial productivo que poseen. Y es que la Dehesa es uno de los ecosistemas más productivos desde un punto de vista ecológico.


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