Hasta la llegada de la pandemia, los profesionales del medio ambiente llevabamos un tiempo detectando en la sociedad un "déficit de naturaleza" creciente. Han sido las medidas obligadas de confinamiento las que han hecho estallar la "burbuja naturalista".
La verdad es que el término " déficit de naturaleza" no es de ahora. El periodista Richard Louv en su libro "Los últimos niños en el bosque" (Last Child in the Woods) ya nos habla de ello, advirtiendonos de la necesidad humana del contacto con la naturaleza. Una necesidad que se acrecienta sobre todo en las ciudades, donde los ambientes artificiales tienden a crear espacios poco naturalizados, y que algunos se atreven a llamar "verdes" porque haya algún árbol estrangulado en un sucinto alcorque pavimentado.
En las urbes, antes del estado de alarma, aceptábamos un modo de vida cuasi-artificial, urbanizado y tecnológico, renunciando, en nuestro que hacer diario, a los beneficios que nos proporciona la naturaleza para la salud y el bienestar. Quizás sí reconociamos su importancia pero pensábamos que nadie nunca nos iba a arrebatar la posibilidad de poder ir a disfrutar de la naturaleza cuando nos viniera en gana con: una excursión, un itinerario,una ruta, una jornada de pesca o un paseo en bici. Pero todo cambió, y de repente, lo echamos de menos.
Las diferencias y el desequilibrio entre mundo rural y mundo urbano se pusieron esta vez a favor de la España llamada "vaciada", o "llena", según se mire. En la cuarentena esa España nos parece llena de luz, de paisaje, de verde.
El libro de Sergio del Molino " La España Vacía" ilustra muy bien como hemos ido dejando atrás un legado cultural y natural al vaciar de gente las zonas rurales.Pero ni creo que las zonas rurales estén vacías aún, ni que los que migraron a la ciudad lo han olvidado todo. El mundo rural está lleno todavía de biodiversidad, usos, tradiciones y cultura popular con mayúsculas a pesar de la intensificación del campo. Los habitantes urbanos del éxodo rural del siglo XX mantienen en sus mentes, aunque no lo saben, un legado que les une a su pasado natural y paisaje rural, con el que se relacionaron ellos y ancestros. Mucho se ha escrito ya sobre la percepción subjetiva del paisaje, en la que intervienen diferentes actores, también el modo de cómo percibimos el paisaje en el presente y como lo percibieron nuestros antepasados. La escala temporal del tempo antropico o natural no es necesario que supere, sin embargo, una generación para suscitar cambios en la percepción objetiva. Sobre todo en el vertiginoso urbanizado e intensificado siglo XX en el que hemos nacido los no llamados "milenials". Puede que los de esa generación piensen que todo fue como es pero en el paisaje, ni si quiera en el de hace 100 años, todo era como fue. Y el ser humano es el causante para bien o para mal en todas las épocas de la historia.
En 1987, por poner una fecha al azar, un niño o niña del mundo rural o de una ciudad podía hacer cosas que le conectaban con la naturaleza, algunas hoy se antojan casi imposibles. En las ciudades había siempre descampados, ríos, cortinas, cortados donde un niño o niña podía explorar su entorno todavía bastante naturalizado. Con el excesivo urbanismo, la creación de zonas impermeables, excesivamente pavimentadas y luego "revegetadas", crearon ambientes más pobres en biodiversidad, limitando el uso y disfrute como elemento natural aprovisionador de experiencias.
En el mundo rural los niños podíamos salir al monte en nuestras bicis a observar la naturaleza en un sentido literal. Cada día la aventura era una: ir a ver a los vivales de conejos del berrocal, el nido del águila del risco, las ranas de San Antonio de la charca de la dehesa, a a ver llegar la peara de cabras al pilón, o pasar una tarde sentados simplemente charlando viendo el paisaje, o curioseando en el trabajo de cómo unos hombres hacían una tapia de piedra seca. Las experiencias surgían de forma espontánea dependiendo de la época y de los ritmos de las labores del campo.
Treintaitres años después de aquello ahora observo, como con las apertura de los paseos después del confinamiento, y sobre todo en las ciudades, la gente huye a las escasas zonas "verdes" como si no hubiera un mañana. Es algo digno de que alguien lo analizará desde un punto de vista psicológico. Más suerte corremos los que tenemos el campo al lado de casa. Además con el aliciente de encontranos un micropaisaje en el que el ser humano no ha podido actuar en 40 días. Las plantas adventíceas reconquistado las juntas de las baldosas en los paseos, los rosales silvestres floreciendo en plenas aceras, bancos invadidos de viboreras, telas de araña en las balaustradas. La naturaleza nos reconquistaría en pocos años,no cabe duda.
Todos al salir con los niños y niñas o simplemente de paseo o a correr buscamos campo, verde, cielo, paisaje, horizonte. Es como volver a ser los niños de hace 33 años. Cualquier detalle, sobre todo con los más pequeños se convierte en motivo de análisis y parada: un hormiguero, una flor, una mariposa, una semilla, las ovejas pastando en el alto del cerro, los vencejos; como si nunca hubieran estado ahí.
Lo que concluyo es que existe una enorme necesidad social de reconectar con la naturaleza. También la necesidad de disponer de infraestructuras verdes y espacios con elemento natural relativamente cerca. Esa necesidad debe ser canalizada ante la nueva normalidad que se avecina. Por ello, las entidades que trabajan en custodia del territorio, o las que diseñan y ejecutan actividades de acercamiento al medio natural, van a jugar un papel decisivo en la readaptación social hacia la "nueva normalidad".
La nueva situación mostrará la importancia de mantener los espacios verdes públicos o naturales con servicios ecosistémicos disponibles para la sociedad; obligará a rediseñar actividades, reducir el número de integrantes en los grupos de destinatarios(10 personas por actividad, luego es el fin de los tan noticiados grupos masivos en actividades en la naturaleza), cambiar metodologías y medios de difusión. Pero algo no ha desaparecido a pesar del confinamiento:
La gran necesidad de alcanzar objetivos ambientales esenciales por medio de actuaciones sostenibles y la mejora del bienestar de la personas mediante el contacto con la naturaleza a través de las actividades de interpretacion.
Lejos de desaparecer ahora están más vivos y reforzados que nunca.